Domingo 32 de otoño: La niebla.
La niebla lo invade todo. Este cuarto que no eligió, este mundo que no es el suyo, y estos ojos desconocidos que la miran, que la buscan y que aseguran conocerla. Acá la niebla, más allá también la niebla. Sobre sus manos viejas, como de piel de papel, sobre los huesos de antiguo barro valiente, todavía caminante. Y en el medio de toda esa niebla ella, ella de espaldas a las ventanas arrumbradas de su presente baldío, de frente al abismo de su pasado, al velatorio continuo de sus memorias desvencijadas, famélicas, suicidas. A veces un sorbo de sol tibio la separa de la niebla y una lucidez con vida de mariposa de dos segundos desesperada y heroica consigue traer de nuevo a sus padres, juntar nombres con rostros y revivir un domingo hecho del tiempo en el que su amor está siempre vivo, en donde siempre hay risa, en donde siempre hay baile y en donde hay siempre feliz como eran. Un instante más y la mariposa caerá aplastada bajo el plomo implacable de una niebla invencible. Beso su mejilla ahora incalculablemente distante, ella pregunta quién soy, la niebla, otra vez, lo invade todo.
Solita en un rincón
de un tiempo que murió
hace algún tiempo atrás
sin horas ni reloj.
Ausente en ese balz
de cínico compás
bailando en un montón
de niebla y soledad.
Y yo no sé, no sé como llegar.
Y sólo sé, tan sólo sé cantar.
Y agradecer que puedo recordar
tus caricias piel de sol y terciopelo.
Perdida entre tu piel
se ríe tu niñéz,
se ríe y vos te vas
te abrazo donde estés.
Y yo no sé, no sé como llegar.
Y sólo sé, tan sólo sé cantar.
Y agradecer que pude disfrutar
de tus mimos de budín y caramelo.
Agarrate Catalina (2008)
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